Un Cuento Enredado

NUDO X: BOLLOS DE CHELSEA


¡Sí, bollos, y bollos, y más bollos!

Antigua canción

«¡Qué triste, tristísimo!», exclamó Clara. Los ojos de la amable niña se llenaron de lágrimas mientras hablaba.

«Triste …, pero muy curioso si lo miras desde el punto de vista de la aritmética», fue la respuesta, menos romántica, de su tía: «Algunos han perdido un brazo sirviendo a la patria, otros una pierna, o una oreja o un ojo … »

[Un Cuento Enredado]

«¡Y algunos, quizá, han perdido todo!», murmuró Clara, con voz soñadora, mientras pasaban por delante de las largas filas de los curtidos héroes que estaban tomando el sol. «¿Viste a uno con la cara roja, que estaba dibujando un mapa en el suelo con su pierna de madera, mientras los demás le miraban? Creo que era el plan de una batalla … »

«Sin duda, de la Batalla de Trafalgar», interrumpió al momento su tía.

«Creo que no», se atrevió a decir Clara. «En ese caso, él no estaría vivo …»

«¡No estaría vivo!», repitió desdeñosa la mayor. «¡Está tan vivo como tú y yo juntas! ¡Si dibujar un mapa en el suelo … con la pierna de madera … no demuestra que uno está vivo, tú me dirás qué lo demuestra!»

Clara no sabía cómo salir del atolladero. La lógica nunca había sido su fuerte.

«Volviendo a la aritmética», continuó diciendo Mad Mathesis … , la excéntrica dama nunca dejaba pasar una oportunidad para hacer que su sobrina tuviese que calcular … «¿Qué porcentaje de ellos crees tú que ha perdido las cuatro partes del cuerpo: una pierna, un brazo, un ojo y una oreja?»

«¿Cómo podría saberlo?», saltó asustada la niña. Sabía perfectamente lo que venía después.

«Desde luego, sin datos, no puedes saberlo», contestó su tía, «pero voy a darte algunos …»

«¡Dele un bollo de Chelsea, señorita! ¡Eso es lo que prefieren la mayoría de las niñas!» La voz era rica y musical. El que habló retiró hábilmente el trapo blanco que cubría su cesta y descubrió una tentadora colección de los familiares bollos cuadrados, todos puestos en fila, que, muy tostaditos y untados de huevo, brillaban al sol.

«¡No señor! ¡No le voy a dar nada tan indigesto! ¡Váyase!», la señora agitó su sombrilla amenazante, pero nada parecía alterar el buen humor del alegre anciano, que siguió andando, mientras entonaba esta alegre cancioncilla:

[Bollos de Chelsea]

¡Adornados y calientes! ¡Bollos de Chelsea calentitos! ¡Bollos de Chelsea!

«¡Demasiado indigestos, mi amor!», dijo la dama. «¡Los porcentajes es lo que más te conviene!»

Clara suspiró con una mirada hambrienta en sus ojos, que veían alejarse la cesta; pero, mansamente, la niña seguía escuchando a la implacable dama, que inmediatamente siguió contando los datos con los dedos.

«Digamos que el setenta por ciento ha perdido un ojo … y el setenta y cinco por ciento, una oreja … ; que el ochenta por ciento ha perdido un brazo … ; el ochenta y cinco, una pierna … ¡Magnífico! Ahora, querida, ¿al menos, qué porcentaje debe haber perdido los cuatro miembros?»

Excepto por la suave exclamación «¡Adornados y calientes!» que se escapó de los labios de Clara, cuando la cesta desapareció en una esquina, si es que eso puede considerarse como tal, la conversación no continuó hasta que llegaron a la antigua mansión de Chelsea, donde se encontraba el padre de Clara entonces, con tres de sus hijos y su tutor.

Balbus, Lambert y Hugh habían entrado en la casa tan sólo unos minutos antes que ellas. Habían estado paseando y Hugh había propuesto un problema, que había sumido a Lambert en la tristeza y que incluso había desconcertado a Balbus.

«Cambia de miércoles a jueves, a medianoche, ¿verdad?», comentó Hugh.

«A veces», dijo Balbus precavido. «Siempre», dijo decidido Lambert.

«A veces», insistió amablemente Balbus. «Seis medias noches de siete cambia de nombre.»

«Desde luego, quiero decir», se corrigió Hugh, «cuando cambia de miércoles a jueves, lo hace a medianoche … y sólo a medianoche. »

«Por supuesto», dijo Balbus. Lambert permanecía en silencio. «Bueno, ahora supongamos que aquí en Chelsea es medianoche. Entonces, ¿es miércoles al oeste de Chelsea (digamos en Irlanda o en América), donde todavía no ha llegado la medianoche, y es jueves al este de Chelsea (por ejemplo, en Alemania o en Rusia), donde ya ha pasado la medianoche?»

«Por supuesto», dijo de nuevo Balbus. Incluso Lambert asintió esta vez.

«Pero no es medianoche en ningún sitio más, así que no puede cambiar de un día para otro en cualquier parte. Además, si en Irlanda, en América y en otros sitios es miércoles, y en Alemania y Rusia es jueves, debe haber algún sitio … que no sea Chelsea … en que sean dos días diferentes según el lado. Lo peor de todo es que allí la gente utiliza los días en orden incorrecto. Tienen el miércoles al este de ellos, y el jueves, al oeste … ‘Como si sus días pasasen del jueves al miércoles!»

«¡Ya he oído esto antes!», dijo Lambert. «Y te lo voy a explicar. Cuando un barco da la vuelta al mundo desde el Este hacia el Oeste, sabemos que pierde un día, así que cuando regresan a casa, y dicen que es miércoles, se dan cuenta de que mucha gente dice que es jueves, porque han pasado una medianoche más que los del barco. Y si se da la vuelta al mundo en el otro sentido, se gana un día.»

«Todo eso ya lo sé», respondió Hugh a esta no muy lúcida explicación, «pero no me ayuda nada, porque en el barco no transcurren los días normalmente. En un sentido, los días duran más de veinticuatro horas, y en el otro, menos, así que claro que confunden los nombres. Pero la gente que vive en un sitio concreto siempre tiene días de veinticuatro horas.»

«Supongo que existirá algún lugar así», dijo Balbus, meditabundo, «aunque yo nunca he oído hablar de él. Para la gente debe resultar bastante extraño tener el día pasado al Este, y el nuevo día al Oeste, porque al llegar la medianoche, con el nuevo día por delante y el viejo por detrás, uno no sabe exactamente qué ocurre. Debo pensarlo.»

Así que entraron en la casa en el estado que acabo de describir … Balbus desconcertado y Lambert en un estado de pensativa tristeza.

«Sí, m’m, mi señor está en la casa», dijo de manera ceremoniosa el anciano mayordomo. (N. B.-Sólo la experiencia de un mayordomo puede permitir pronunciar tres veces seguidas la letra M, sin ninguna vocal en el medio.) «El resto les está esperando en la biblioteca.»

«No me gusta que llame a tu padre, el resto», susurró Mad Mathesis a su sobrina, mientras cruzaban la entrada. Clara sólo tuvo tiempo de murmurar esta respuesta: «El resto quiere decir: todos los demás», antes de que entrasen en la biblioteca y la , vista de las cinco serias caras allí reunidas la sumió en un profundo silencio.

Su padre estaba sentado a la cabecera de la mesa y, con una seña, invitó a sentarse a las señoritas, una a cada lado de él. Sus tres hijos y Balbus completaban el grupo. Había material de escritorio colocado alrededor de la mesa, a modo de un banquete fantasma. El mayordomo evidentemente había dedicado un gran esfuerzo a preparar esta terrible disposición. Cuartillas de papel, flanqueadas por una pluma en un lado y por un lápiz al otro, representaban los platos … Los borradores de pluma hacían de panecillos … , mientras que los tinteros ocupaban el lugar que normalmente ocupaban los vasos del vino. La piéce de résistance era una gran bolsa de bayeta verde, que daba lugar, al moverla el anciano de un lado a otro, a un encantador tintineo, como si estuviese llena de una gran cantidad de guineas de oro.

«Hermana, hija, hijos … y Balbus … «, comenzó el anciano, tan nervioso, que Balbus pidió amablemente: «¡Escuchad, escuchad!», mientras golpeaba la mesa con los nudillos. Esto desconcertó al inexperto orador. «Hermana … «, volvió a decir, entonces hizo una pausa, movió la bolsa hacia el otro lado y siguió diciendo muy deprisa: «Creo … que ésta es … una ocasión especial … más o menos … al ser el año en el que uno de mis hijos alcanza la edad … » Se detuvo de nuevo, confundido, al ver que había llegado a la mitad de su discurso mucho antes de lo que había supuesto; pero era demasiado tarde para volverse atrás. «¡Escuchad, escuchad!», pidió Balbus. «¡Efectivamente!», dijo el anciano caballero, recuperándose un poco, «cuando yo empecé con esta costumbre anual … , mi amigo Balbus me corregirá si estoy equivocado … » (Hugh susurró: «¡Con una correa!», pero no le oyó nadie excepto Lambert, que frunció el ceño y le hizo un movimiento con la cabeza), » … esta costumbre anual de darle a cada uno de mis hijos tantas guineas como años tuvieran … fue una ocasión crítica … , eso me dijo Balbus … , porque las edades de dos de vosotros sumaban 10 mismo que la edad del tercero … , así que en esa ocasión yo pronuncié un discurso … » Se detuvo durante tanto tiempo que Balbus pensó que sería buena idea rescatarle con las palabras «Fue la más … «, pero el anciano le interrumpió con una mirada de aviso: «Sí, pronuncié un discurso», repitió. «Unos años después Balbus señaló … , digo señaló … » («¡Escuchad, escuchad!», dijo Balbus. «¡Efectivamente!», dijo agradecido el anciano) » … que era otra ocasión especial. Las edades de dos de vosotros sumaban el doble que la edad del tercero. Así que yo pronuncié otro discurso … , otro discurso. Y ahora, de nuevo, la ocasión es especial…, eso dice Balbus … , y por eso, ahora estoy … » (en ese momento Mad Mathesis miró intencionadamente su reloj) «¡dándome toda la prisa que puedo!», exclamó el anciano, con gran presencia de ánimo. «Por supuesto, hermana, ¡ya voy al grano! El número de años que ha transcurrido desde aquella primera ocasión es justo dos tercios del número de guineas que os di entonces. Ahora, chicos, ¡calculad vuestros años según los datos y tendréis el dinero!»

«¡Pero ya sabemos nuestra edad!», dijo Hugh.

«¡Silencio, señorito!», exclamó como un trueno el anciano, irguiéndose indignado cuan alto era (medía exactamente cinco pies con cinco). «¡Digo que sólo debéis usar los datos! ¡No debéis ni siquiera pensar que se refieren a vuestra edad!»

Mientras hablaba agarró la bolsa y, tambaleándose (era lo único que podía hacer para llevarla), salió de la habitación. «¡Y tú recibirás un cadeau semejante», dijo la tía a su sobrina, «cuando hayas calculado el porcentaje!» Y siguió a su hermano.

Nada podría sobrepasar la solemnidad con la que la anciana pareja se levantó de la mesa y, a pesar de eso … , ¿fue una sonrisa lo que el padre les lanzó a los pobres chicos cuando se marchó? ¿Podría ser … podría ser un guiño lo que le hizo la tía a la pobre sobrina antes de dejarla?

Y ¿era ese … era ese ruido que flotaba en la habitación, justo antes de que Balbus cerrase la puerta, una risa contenida? Seguro que no. Y a pesar de todo el mayordomo le dijo a la cocinera … , pero … no, son simples cotilleos, que no voy a repetir.

Las sombras de la tarde les concedieron su impronunciable petición y «no se cirnieron» sobre ellos (porque el mayordomo les había llevado la lámpara); las mismas complacientes sombras les trajeron un «solitario ladrido» (el gemido de un perro a la Luna, en el jardín trasero) «durante un rato»; pero ni un «ay, mañana» (ni cualquier otro momento) parecía ser capaz de «devolverles» … esa paz mental que una vez fue suya hasta que les habían puesto ese problema que i les había aplastado con su insondable misterio!

«¡Por Dios, no es justo», murmuró Hugh, «ponernos un lío semejante para que lo resolvamos!»

«¡Adiós justicia!», repitió Clara amargamente. «¡Adiós!»

Y para mis lectores lo único que yo puedo hacer es repetir las últimas palabras que dijo la amable Clara:

¡ADIÓS!

Un Cuento Enredado

Las soluciones a los nudos (acertijos) se pueden leer en la publicación de EDEL o puede ver el apéndice (en inglés).

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