Lo que la Tortuga le dijo a Aquiles
Lewis Carroll
Título original: What the Tortoise Said to Achilles
Traducción de: Humpty Dumpty
Originalmente publicado en Mind, No. 4, 1895, pp. 278-280
Aquiles ha alcanzado a la Tortuga y se ha sentado cómodamente en su espalda.
“¿Así que has llegado al final del curso de nuestra carrera?” Dijo la Tortuga.
“¿Incluso a pesar de que consiste en una infinita serie de distancias? ¿No había probado algún sabiondo que la cosa no podía ser hecha?”
“Puede ser hecha” dijo Aquiles. “¡Ha sido hecha! Solvitur Ambulando. Verás, las distancias estaban disminuyendo constantemente: y así…”
“Pero si ellas se incrementaban constantemente” Interrumpió la Tortuga. “¿Cómo entonces?”
“Entonces yo no debiera estar aquí” Aquiles replicó modestamente; “!Y en éste momento tú ya deberías haber dado muchas vueltas alrededor de la tierra¡”
“Me aplastas…me aplanas, quiero decir” dijo la Tortuga; “!eres un peso pesado, es indiscutible¡ Ahora bien, ¿te gustaría saber de una pista de carreras, que la mayoría de la gente imagina que puede completar en dos o tres pasos, cuando en realidad consiste en un infinito número de distancias, cada una más larga que la anterior?”
“!Muchísimo, de hecho¡” dijo el guerrero griego, al tiempo que sacaba de su casco (Pocos guerreros griegos poseían bolsillos en aquellos días) una enorme libreta y un lápiz. “¡Procede! ¡Y habla lentamente, por favor! ¡La taquigrafía no ha sido inventada aún!”
“¡Aquella hermosa Primera Proposición de Euclides!” la Tortuga murmuró como entre sueños. “¿Admiras a Euclides?”
“¡Apasionadamente! ¡Tanto, al menos, como pueda uno admirar un tratado que no será publicado, sino en algunos siglos más!”
“Pues bien, tomemos un trocito del argumento en esa Primera Proposición, sólo dos pasos, y la conclusión extraída de ellos. Se tan amable de ingresarlos en tu Libreta. Y en orden a referirlos convenientemente, llamémosles A, B, y Z:
(A) Las cosas que son iguales a lo mismo, son iguales entre sí.
(B) Los dos lados del triángulo son iguales a lo mismo.
(Z) Los dos lados del triángulo son iguales entre sí.
“Los lectores de Euclides otorgarán, supongo, que Z se sigue lógicamente de A y B, así que quién acepte A y B como verdaderas ¿Deberá aceptar Z como verdadera?” “¡Indudablemente! El niño más joven en una secundaria –tan pronto como las secundarias sean inventadas, lo cual no ocurrirá hasta unos dos mil años más adelante– lo concederá”
“Y algún lector que no haya aceptado aún A y B como verdaderas ¿Puede aún aceptar la secuencia como válida? Supongo” “Sin duda un lector tal puede existir.
Él puede decir ‘Acepto como verdadera la Proposición Hipotética de que, si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera; pero no acepto A y B como verdaderas. Un lector como ese debiera abandonar juiciosamente a Euclides, y dedicarse al fútbol.”
“¿Y no podría también haber un lector que dijera ‘Acepto A y B como verdaderas, pero no acepto la Hipotética’?”
“Ciertamente puede haber. Él, también, haría mejor en dedicarse al fútbol.” “Y ninguno de esos lectores”, continuó la Tortuga, “¿está como bajo la necesidad lógica de aceptar Z como verdadera?”
“Correcto” Asintió Aquiles.
“Bueno, ahora, quiero que me consideres como un lector del segundo tipo, y que me fuerces, lógicamente, a aceptar Z como verdadera.”
“Una Tortuga jugando fútbol sería…” Empezaba a decir Aquiles.
“Una anormalidad, por cierto” interrumpió la tortuga apresuradamente. “No te desvíes del punto ¡Veamos Z primero y el fútbol más tarde!”
“¿Tengo que forzarte a aceptar Z?” dijo Aquiles meditativamente. “Y tu posición presente es que aceptas A y B, pero tú no aceptas la Hipotética…”
“Digamos que todo es C,” dijo la Tortuga.
“…pero tu no aceptas:
(C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera:” “Esa es mi actual posición” dijo la Tortuga. “Entonces debo pedirte que aceptes C.” “Lo haré”, dijo la Tortuga, “tan pronto como lo hayas puesto en esa libreta tuya ¿Qué más tienes en ella?”
“Sólo unas pocas anotaciones” dijo Aquiles, dejando correr nerviosamente las hojas: “unos pocos apuntes de… ¡de las batallas en la cuales me he distinguido!”
“Lleno de hojas blancas, ¡ya veo!” la Tortuga alegremente recalcó. “¡Las necesitaremos todas!. Ahora escribe lo que dicte”:
(A) Las cosas que son iguales a lo mismo, son iguales entre sí.
(B) Los dos lados del triángulo son iguales a lo mismo.
(C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera.
(Z) Los dos lados del triángulo son iguales entre sí.”
“Deberías llamarlo D, y no Z,” dijo Aquiles. “viene a continuación de las otras tres.
Si aceptas A y B y C, debes aceptar Z.”
“¿Y porqué debo?”
“Porque se sigue lógicamente de ellas. Si A y B y C, son verdaderas, Z debe ser
verdadera. ¿Tú no disputarás eso? Imagino” “Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera,” meditabundamente repetía la Tortuga. “Esa es otra Hipotética, ¿no lo es? Y, si he fallado en ver su verdad, puedo aceptar A y B y C, y aún no aceptar Z, ¿no puedo?”
“Puedes” admitió el cándido héroe; “a pesar de que tal necedad sea fenomenal. Si es que es posible. Así es que debo pedirte que concedas una Hipotética más.” “Muy bien, estoy completamente dispuesta a concederlo, tan pronto como lo hayas escrito. Lo llamaremos:
(D) Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera. ¿Lo has puesto en tu libreta?”
“¡Lo tengo!” Aquiles Gozosamente exclamó, al tiempo en que ponía al lápiz en su estuche. “¡Y al fin hemos llegado al fin de ésta ideal pista de carreras! Ahora que aceptas A y B y C y D, por supuesto aceptas Z?”
“¿Lo hago?” dijo la Tortuga inocentemente. “Hagámoslo completamente claro.
Acepto A y B y C y D. Supón que aún rechazo aceptar Z”
“Entonces la Lógica te tomaría por la garganta ¡y te forzaría a ello!” replicó Aquiles.
“La Lógica te diría ‘No puedes evitarte a ti mismo. Ahora que has aceptado A y B y C y D, debes aceptar Z!’ así que verás que no tenías elección!”
“Como sea La Lógica es suficientemente buena para decirme que vale la pena anotar” dijo la Tortuga. “Así que pon en tu libro por favor. Lo llamaremos (E) Si A y B y C y D son verdaderas, Z debe ser verdadera.
¿Ves que es un paso completamente necesario?”
“Ya veo” dijo Aquiles; y había un toque de tristeza en su tono.
Aquí el narrador, habiendo tenido negocios urgentes en el banco, fue obligado a dejar al feliz par, y no reparó en el punto nuevamente, hasta algunos meses después. Cuando lo hizo, Aquiles estaba aún sentado sobre la espalda de la muy resistente Tortuga, y escribía en su libreta, la cual parecía estar casi completamente llena. La Tortuga decía “¿Has anotado el último paso? A no ser que haya perdido la cuenta, son mil uno. Hay muchos millones más por venir.
¿Considerarías, como un favor personal –teniendo en cuenta que mucho de la instrucción de éste coloquio nuestro, proveerá a los Lógicos del Siglo XIX. ¿te importaría, digo, adoptar un juego de palabras que mi primo, la Falsa Tortuga inventará entonces, permitiéndote a ti mismo ser rebautizado como quien Nos Enseñó?
“¡Como desees!” replicó el cansado guerrero, en los huecos tonos de la desesperanza, al tiempo en que hundía la cara entre sus manos. “Con tal de que tú, por tu parte, adoptaras un juego de palabras que la Falsa Tortuga nunca hizo, y permitirte ser rebautizado ¡Fácil de Matar!”
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