ESPASMO VII: EL DESTINO DEL BANQUERO
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Lo buscaron con dedales, lo buscaron con cuidado. Lo persiguieron con tenedores y con esperana. Lo amenarazon con una acción de los ferrocarriles. Lo cautivaron con sonrisas y jabón. Y el banquero, infundido de un valor tan insólito que fue motivo de general comentario, avanzó locamente hacia adelante, hasta que lo perdieron de vista en su afán por descubrir al snark. Pero mientras buscava con dedales y cuidado, un veloz bandersnatch se acercó de repente y agarró al banquero, quien chilló desesperado, pues sabía que era inútil intentar escapar. Le ofreció un gran descuento, le ofreció un cheque —al portador— de siete libras y diez chelines. Pero el bandesrnatch simplemente alargó el cuello y agarró nuevamente al banquero. Sin pausa ni descanso forcejeó y pugnó, dando saltos y brincos hasta caer al suelo sin sentido, mientras las malhuriosas [malhumoradas+furiosas] mandíbulas crujían salvajemente a su alrededor. El bandersnatch huyó al aparecer los demás, guiados por el grito de terror. Y el capitán, tocando la campana con gesto solemne, masculló: “¡lo que me temía!” Tenía la cara negra y en nada recordaba al que que hasta estonces había sido. Era tal su terror que hasta su chaleco había palidecido. ¡Algo digno de verse! Para espanto de todos cuantos allí había aquel día, se levantó vestido de etiqueta y mediante absurdas muecas se esforzó por decir todo cuanto su lengua no podía expresar. Se hundió en un sillón y se mesó los cabellos, mientras cantaba con tono misrívolo [miserable+frívolo] palabras vacías que evidenciaban su locura, y a la vez se acompañaba golpeando un par de huesos. “¡Abandonadle a su suerte!; ¡se está haciendo tarde!”, excalamó horrorizado el capitán. “Ya hemos perdido medio día! ¡Si ahora nos descuidamos, no atrapremos al snark antes de que anochezca!”
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