La vuelta de Alicia al país de las maravillas
(Un posible final para la Alicia de Carroll)
I
Alicia yacía entre puntillas blancas. Sofocados llantos, palabras entrecortadas, alrededor del féretro.
Su figura parecía desvanecerse, era tál su delgadez. Sus párpados bajos, sin vida, callado su pulso, sus dedos afilados acariciados por una flor roja, que su hermana había cortado en el parque de la casa.
El parque enorme en el que jugaron de niñas, soñaron de jóvenes y pasearon, pausadas su vejez.
El parque enorme, de «aquella vez…»
Tal vez fue el perfume de la flor el que agitó su espíritu. Los deudos sintieron un suave remolino de aire frío, algo más de luz sobre el cuerpo inmóvil, una vibración sutil. La hermana de Alicia se acercó al ataúd agitando su abanico, por si algún insecto hubiera osado… Fue entonces que se abrió la ventana o, tal vez, alguien la abrió pero nadie vio quién fue. Se oyó una voz queda murmurando: – ¿Qué fue eso? – se miraron inquietos.
Nadie se hubiera atrevido a afirmar que algo había salido de la habitación… pero…
II
¡Por fin pude dejar el claustro que me aprisionaba! ¿Quizás el perfume de la flor?. Y aquí estoy, en el jardín, entre los árboles y puedo acompañar el vuelo de los pájaros, subirme a lo más alto del añoso ramaje y bajar, de pronto a rondar el viejo banco carcomido por el tiempo.
Pero… algo no me permite irme del parque de esta vieja casona, de este mundo. No sé qué puede ser. Esto no es justo. Yo ya estoy lista, ¿qué me retiene aquí?
– Buenas tardes señorita Alicia.-
– ¿Un conejo blanco? ¿Adónde vas tan apurado?
El breve diálogo atravesó su ser como una ráfaga. Intuyó que estaba cerca de la respuesta: sólo tenía que seguir al conejo por el estrecho pasadizo y por un largo túnel descendente, que parecía interminable.
Pero al final, ahí estaban sus majestades: el rey y la reina con sus soldados los naipes, cobrando vida pintando las flores de rojo y entre ellos, la niña Alicia conversando con unos y con otros, emocionada, atrevida, risueña, asombradísima ante el gato de Cheshire del que poco a poco sólo quedaba la sonrisa.
Sonrisa sin gato, soldados de baraja de un reino donde siempre se teme que le corten la cabeza por orden de la reina, flores rojas salpicando pintura, pociones que empequeñecen o agigantan…
Entonces comprendió. Supo definitivamente, con estupor, con certeza, con alegría, que había terminado el viaje. Había llegado al mágico mundo de la infancia que le fue destinado para su eterno reposo.
III
Un sonido creciente de voces y risas entró por la ventana.
Todos salieron pero a nadie encontraron. Un destello luminoso a ras de tierra proveniente de lo más lejano del parque, los atrajo. Una flor roja de cristal parecía tapar la entrada de una pequeña cueva, nadie se atrevió a tocarla.
Volvieron pensativos, azorados, al aposento donde dormía su eterno sueño Alicia.
Un poco nublados los ojos por las lágrimas se acercaron al ataúd. Allí el asombro se transformó en horror. El cuerpo había desaparecido.
Un vago perfume quedaba en el lugar, donde solamente había un pétalo rojo entre las blancas puntillas.
(Aportado por W. B.)
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