XVIII – TIO CONEJO COMERCIANTE
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Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no pasmarse.
–¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase pa dentro y se sienta –y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.
–Aquí no más– contestó tío Conejo –si vengo de pasadita a ver si quiere que tratemos. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en una onza y media? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidá tiene cara de caballo.
–Pues ai vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.
–No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usté. Y si se decide, llegue a casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudá.
–¡Qué caray! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal asado que acabo de sacar.
Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de chorrear y una gran ración de tamal asado.
Con ese puntalito entre el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun.
–¿Quién es? gritó desde adentro tía Gallina, que estaba enredada con el almuerzo.
–Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.
–Pase pa dentro y se sienta. A ver, ¿qué es el trato?
–Es que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Vea qué mamada! Como quien dice, echar el maicillo y los frijoles a la calle… Pero estoy en un gran aprieto y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine derecho a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.
Tía Gallina fue a volver la tortilla al comal, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los frijoles. También le dió un queso hecho en la casa para que probara.
Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.
–¡Hola, tía Zorra! ¿Qué hace Dios de esa vida?
–¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.
Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los frijoles a tía Zorra, metiéndole una larga y otra corta: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con su onza y media donde tío Conejo.
Después que dió una gran almorzada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de conserva de chiverre.
–¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va yendo?
–¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre pa dentro y prueba esta conservita que está muy rica.
Mientras se comía su plato de conserva, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de frijoles a tío Coyote por onza y media. En seguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.
Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tirador, que estaba en el corredor aceitando su escopeta.
–Tío Tirador, aquí vengo a que crea que he perdido los bartolos, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Un disparate! Pero es que ando cogiéndolas del rabo con una jaranilla que me ha caído encima.
Tío Tirador trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los frijoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a medio día, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.
Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en la tranquera. Apenas había salido el sol, cuando vió venir a tía Cucaracha con su carreta.
Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los frijoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, lo desanudó y puso en manos del vendedor la onza y media.
El muy labioso de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba prendida de la solera de la sala y le dijo: –Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro habano. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.
Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.
–¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y es para acá.
–¡No diga eso, tío Conejo! –dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca–. ¡Dios libre sepa que estoy aquí! ¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.
Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseño las fanegas de maíz y de frijoles y recibió la onza y media. Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con mi señora tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. En seguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro habano.
Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: –¿Tía Gallina de Dios? ¿Adivíneme quién viene allí no masito?
–¿Quién, tío Conejo?
–Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.
–Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser? ! Escóndame por vida suya! –Y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió su onza y media y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro habano, tío Conejo estaba como una lanzadero, para adentro y para afuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:
–!Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?
Tía Zorra pegó un brinco–. ¿Quién, tío Conejo?
–Pues tío Coyote… Y no se sabe si es por usté o por mí.
–¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera no me huela!
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que éste le entregó la onza y media, lo llevó a la sala.
–Echese en la hamaca, tío Coyote, y descansa. Mientras tanto fúmese este purito habano.
No hay qye apurarse por nada. ¡Adió! De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.
Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oído: –Vaya y dese una asomadita al horno y verá la que le tengo allí. –Fue tío Coyote y halló a tía Zorra haciendo zorro. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo:
–¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?
–Diga, tío Conejo– contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.
–¡Pues tío Tirador, con así fusil! Y no se sabe si es por usté o por mí.
–¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una gana! Escóndame, por la que más quiera.
–Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta.
Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía y tío Conejo se fue a la tranquera a recibir a tío Tirador.
–Ya creí que no venía, tío Tirador –dijo el muy sepulcro blanqueado–. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito habano y luego viene a ver su maíz y sus frijoles.
Cuando tío Tirador hubo descansado, tío Conejo le dijo al oído:
–Prepare la guápil, tío Tirador, y vaya a darse una asomadita por el horno.
Así lo hizo tío Tirador, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en un temblor. Tío Tirador apuntó y ¡Pun! …, ¡Adiós, tío Coyote! …
Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los frijoles, y así fue como éste fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró sisete onzas y media por una fanega de maíz y otra de frijoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.
Cuando terminaba este cuento la tía Panchita, siempre añadía con tristeza: –¡Achará que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue tía Zorra y que quien me lo contó se equivocara… porque tío Conejo era amigo de dar qué hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.
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