CANTO I: LA CITA
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Una noche de invierno, a las nueve y media,
helado, cansado, enfadado y sucio de barro,
llegué a casa, demasiado tarde para comer,
aunque la cena, los puros y el vino
me esperaban en el estudio.
Una novedad había en la habitación
y algo blanco y ondulante
permanecía a mi lado en la penumbra.
Pensé que era la escoba de la alfombra
que la descuidada doncella había dejado allí.
Pero de repente esa cosa empezó
a temblar y estornudar.
Ante lo cual yo dije: «¡Vamos, vamos, amigo!
No es muy considerada esa actitud.
¡Por favor, no hagas tanto ruido!»
«Me he constipado», dijo la cosa,
«ahí fuera durante el aterrizaje.»
Me volví sorprendido
y allí frente a mis ojos.
¡me encontré un pequeño fantasma!
Cuando le reprendí, tembló de pies a cabeza
y se escondió detrás de una silla.
«¿Cómo has llegado hasta aquí?», dije. «¿Por qué has venido?»
Nunca vi nada tan tímido.
«¡Sal de ahí! ¡Deja de temblar!»
Dijo: «Encantado le diré cómo
y también por qué he venido.
Pero… » (entonces se inclinó levemente).
«Ahora está usted de tan mal humor
que pensará que todo es mentira.»
«Y en cuanto a lo de estar asustado,
permítame observar
que los fantasmas tenemos el mismo derecho,
en todos los aspectos, a temer a la luz
igual que los humanos teméis a la oscuridad.»
«Ningún pretexto», dije, «puede excusar
la cobardía que he observado en ti.
Porque los fantasmas podéis visitamos cuando queréis,
mientras que los humanos no podemos
rechazar la visita.»
Respondió: «Alarmarse
es algo natural, ¿no es así?
Realmente yo temí que usted quisiera hacerme daño.
Pero, ahora que veo que se ha calmado,
deje que le explique mi visita.»
«Las casas están clasificadas, tengo el honor de decirle
según el número
de fantasmas que albergan.
(El inquilino apenas cuenta como carga,
junto con el carbón y otros trastos.)
Ésta es la casa de ‘un solo fantasma’, y
cuando usted llegó el pasado verano,
podía haber advertido la presencia de un espectro que
estaba haciendo todo lo que hacen los fantasmas
para dar la bienvenida a un recién llegado.
Esto siempre se hace en las villas…
no importa a cuánto ascienda el alquiler,
porque, aunque desde luego es menos divertido
que sólo haya sitio para uno,
los fantasmas tenemos que acceder.
Ese espectro le dejó el día tres…
y desde entonces usted no ha sido visitado,
ya que él nunca nos dijo una palabra,
sino que, accidentalmente, oímos
que aquí alguien se necesitaba.
Por derecho, los espectros eligen los primeros,
a la hora de cubrir una vacante.
Luego, los fantasmas, los elfos, las hadas y los duendes…
Y si todos éstos fallan, se invita
al espíritu necrófago más simpático que se encuentre.
Los espectros dijeron que el lugar era humilde
y que usted guardaba un vino muy malo.
Así que tuvo que venir un fantasma
y, como yo era el primero, ya sabe,
no pude negarme.»
«Sin duda», dije, «eligieron
al mejor que podían enviar.
¡Aunque elegir a un mocoso como tú
para visitar a un hombre de cuarenta y dos,
no ha sido un gran detalle!»
«No soy tan joven, señor», contestó,
«como usted piensa. El hecho es
que en cavernas al lado del mar
y en otros lugares, que me ha tocado probar,
he adquirido una gran experiencia.
Pero hasta ahora nunca he formado parte
estrictamente de una casa,
y con las prisas olvidé
las Cinco Normas Básicas de la Etiqueta,
que de memoria debemos conocer.»
Mis sentimientos pronto aceptaron
al pequeño individuo.
Éste estaba absolutamente espantado
por haber, por fin, encontrado un humano
y parecía muy asustado y acobardado.
«¡Por fin», dije, «estoy contento de haber descubierto
que los fantasmas no son mudos!
Pero, por favor, siéntate. Quizá te apetezca
(si, como yo, no has cenado)
tomar un bocado.
¡Aunque, ciertamente, no pareces
algo a lo que pueda ofrecerse comida!
y luego me encantará escuchar…,
si me las dices alto y claro…,
las normas a las que tú aludías.
«¡Gracias! Las oirás luego más tarde.
¡Esto sí que ha sido suerte!»
«¿Qué puedo ofrecerte?», dije.
«Bueno, ya que es usted tan amable, probaré
un poco de pato.
¡Una tajada! ¿Y podría pedirle
otra gotita de salsa?»
Me senté y le miré asombrado,
porque realmente nunca había visto
una cosa tan blanca y ondulante.
Y todavía parecía hacerse más blanco,
más vaporoso y más ondulante…,
visto en la borrosa y parpadeante luz,
mientras recitaba
sus «Máximas de Comportamiento».
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