CANTO V: LA DISCUSIÓN
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«¿Y no consultan a las ‘víctimas’?»,
dije. «Deberían, por derecho,
darles una oportunidad… porque, ya sabes,
los gustos de la gente son tan diferentes,
especialmente en cuestión de espíritus.»
El fantasma sacudió la cabeza y sonrió.
«¿Consultarles? ¡En absoluto!
Sería para volverse loco,
simplemente satisfacer a un niño…
¡No se acabaría nunca!»
«Desde luego, no podéis dejar a los niños libres»,
dije, «para elegir lo que quieran.
Pero, en el caso de hombres como yo,
creo que debería permitirse al ‘anfitrión’
dar su punto de vista.»
Dijo: «No sería provechoso …
La gente tiene tanta fantasía.
Nosotros sólo hacemos visitas de un día
y, si nos quedamos o nos vamos,
depende de las circunstancias.
Y, aunque no consultemos al ‘anfitrión’
antes de que todo esté dispuesto,
si uno abandona su puesto a menudo,
o si no es un fantasma educado,
usted puede cambiarlo.
Pero si el anfitrión es un hombre como usted…
quiero decir sensato,
y si la casa no es demasiado nueva…»
«Pero ¿qué tiene eso», dije yo, «que ver
con la comodidad de un fantasma?»
«Una casa nueva no sirve ya sabe…
Cuesta mucho trabajo prepararla.
Pero después de veinte años más o menos,
los zócalos se empiezan a caer,
así que veinte es el máximo.»
«Preparar» no es una palabra que yo
recuerde haber oído.
«Quizá», dije, «¿tenga la bondad de
decirme qué significa
exactamente esa palabra?»
«Significa que hay que aflojar todas las puertas»,
contestó el fantasma y se rió.
«Implica taladrar montones de agujeros
en todos los zócalos y suelos,
para ahuecar todo de arriba a abajo.
A veces te encuentras con que uno o dos
son suficientes
para que el viento sople por toda la casa…
Pero aquí hay mucho que hacer.»
Boquiabierto, murmuré: «¡Sin duda!»
«Como he llegado un poco tarde,
supongo», añadí tratanto
(sin éxito) de sonreír,
«que tú has estado ocupado todo este tiempo,
preparando y arreglando.»
«No», dijo. «Quizá debería
haberme quedado otro poco…,
pero ningún fantasma que se precie
se habría atrevido a empezar
sin antes una introducción.
Lo correcto, como usted llegaba tarde,
habría sido marcharme.
Pero con los caminos en ese estado,
obtuve el permiso del Caballero Alcalde para esperar
media hora o un poco más.»
«¿Quién es el Caballero Alcalde?», exclamé. En lugar
de responder a mi pregunta, dijo:
«Bueno, si no sabe usted eso,
¡O bien nunca se va a la cama
o tiene usted una magnífica digestión!
Él va de un sitio a otro y se sienta sobre la gente
que cena mucho.
Su obligación es pellizcarles y empujarles
y estrujarles hasta que casi se ahogan.»
(Yo dije: «¡Les está bien empleado!»)
«La gente que cena cosas como…»
murmuró, «huevos con panceta,
langosta…, pato…, queso tostado,
si no reciben un terrible apretón.
¡Es que yo estoy totalmente equivocado!
Es enormemente gordo y eso
viene muy bien a su trabajo.
De hecho, debéis saber
que solíamos llamarle, hace años,
¡El Alcalde y la Corporación!
El día en que le eligieron alcalde
yo sabía que todos los espíritus querían
votar por mí, pero no se atrevían…
Él estaba tan frenético y desesperado
como furioso y nervioso.
Cuando todo terminó, por capricho,
corrió a decírselo al rey,
y siendo todo lo contrario a delgado,
una carrera de dos millas no era para él
algo fácil de llevar a cabo.
Así que, para recompensarle por su carrera
(como hacía un abrasante calor
y él pesaba más de veinte piedras),
el rey procedió, medio en broma,
a nombrarle caballero en el acto.»
«¡Se tomó mucha libertad!»
(salté yo como un cohete).
«Sólo lo hizo por amor a los juegos de palabras:
‘¡El hombre’, dice Johnson, ‘que hace
juegos de palabras, roba los bolsillos!'»
«El rey», dijo él, «no es un hombre cualquiera.»
Yo discutí durante un rato
e hice lo posible para demostrar esto…
El fantasma simplemente escuchaba
con una sonrisa desdeñosa.
Por fin, cuando el aliento y la paciencia se habían agotado
y yo había recurrido al cigarro…
«Su propósito», dijo, «es excelente,
pero… cuando lo llama razonamiento…
desde luego ¿no está bromeando?»
Picado por su mirada fría y sinuosa,
me levanté finalmente
para decir: «¡Por lo menos yo desafío
a los más escépticos a que
niegen que la unión hace la fuerza!»
«Eso es realmente cierto», dijo él, «pero espere…»,
yo escuchaba dócilmente …
«La unión hace la fuerza, eso es cierto;
de hecho, está tan claro como el agua.
Pero las cebollas provocan debilidad.»
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