Capítulo 14
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Por no haber hecho caso a los consejos del grillo-parlante, se encuentra Pinocho con unos ladrones.
—¡Verdaderamente que los niños somos bien desgraciados!— se decía el muñeco al emprender de nuevo su viaje—. ¡Todo el mundo nos grita, todos nos riñen y se meten a darnos consejos! Si les hiciéramos caso, todos harían oficio de padres o maestros: ¡hasta los grillos-parlantes! Por ejemplo por no hacer caso de ese fastidioso grillo; ¿quién sabe cuántas desgracias deberán ocurrirme, según él! ¡Hasta ladrones dice que voy a encontrarme! Menos mal que no creo ni he creído nunca en los ladrones. Para mí los ladrones han sido inventados por los papás a fin de meter miedo a los muchachos que quieren andar por las noches fuera de su casa. Además, aunque me los encontrase aquí mismo en el camino, ¿qué me iba a pasar? De seguro que nada, porque les gritaría bien fuerte, en su misma cara: «Señores ladrones, ¿qué quieren de mí? ¡Les advierto que conmigo no se juega; conque ya pueden largarse de aquí, y silencio! Cuando les diga todo esto muy en serio, los pobres ladrones escaparán como el viento. ¡Ya me parece que los estoy viendo correr! Y en último término, si estuvieran tan mal educados que no quisieran escapar, entonces me escapaba yo, y asunto concluido.
Pero no pudo Pinocho terminar sus razonamientos, porque en aquel instante le pareció oír detrás de él un ligero ruido de hojas.
Volviose para mirar lo que fuera, y vio en la oscuridad dos mascarones negros que, disfrazados con sacos de carbón, corrían tras él dando saltitos de puntillas como dos fantasmas.
—¡Aquí están— se dijo Pinocho; y no, sabiendo dónde esconder las cuatro monedas de oro, se las metió en la boca debajo de la lengua.
Después trató de escapar; pero aún no había dado el primer paso, cuando sintió que le agarraban por los brazos y que dos voces horribles y cavernosas le decían:
—¡La bolsa o la vida!
No pudiendo Pinocho contestar de palabra, porque se lo impedían las monedas que tenía en la boca, hizo mil gestos y señas para a entender a aquellos dos encapuchados (de los cuales sólo podía verse los ojos por unos agujeros hechos en los sacos) que él era un pobre muñeco, y que no tenía en el bolsillo ni siquiera un céntimo partido por la mitad.
—¡Ea, vamos! ¡Menos gestos, y venga pronto el dinero!— gritaron bruscamente los dos bandidos.
Y el muñeco hizo de nuevo con la cabeza y con las manos un gesto como diciendo: ¡No tengo absolutamente nada!
—¡Saca pronto el dinero, o eres muerto:—dijo el más alto de los dos ladrones.
—¡Muerto!— repitió el otro.
—¡Y después de matarte a ti, mataremos también a tu padre!
—¡También a tu padre!
—¡No, no, no! ¡A mi pobre papá no!— gritó Pinocho con acento desesperado; pero al gritar le sonaron las monedas en la boca.
—¡Ah, bribón! ¿Conque llevabas escondido el dinero en la boca? ¡Escúpelo en seguida!
Y Pinocho firme como una roca.
—Te haces el sordo, ¿eh? ¡Pues espera, y ya verás cómo nosotros hacemos que lo escupas!
Uno de ellos cogió el muñeco por la punta de la nariz y el otro por la barba, y comenzaron a tirar cada uno por su lado a fin de obligarle a que abriera la boca; pero no fue posible: parecía como si estuviera clavada y remachada.
Entonces el más bajo de los dos ladrones sacó un enorme cuchillo, y trató de meterlo por entre los labios de Pinocho para obligarle a abrir la boca; mas el muñeco, rápido como un relámpago, le cogió la mano con los dientes y se la cortó en redondo de un mordisco. Figuraos lo asombrado que se quedaría cuando al echarlo de la boca vio que era una zarpa de gato!
Envalentonado con esta primera victoria, consiguió librarse de los ladrones a fuerza de arañazos, y saltando por encima de un matorral escapó a campo traviesa. Los ladrones echaron a correr tras él, como dos perros tras una libre.
Después de una carrera de quince kilómetros, el pobre Pinocho no podía ya más: viéndose perdido, se encaramó por el tronco de un altísimo pino, y cuando llegó a la copa se sentó cómodamente entre dos ramas. También los ladrones trataron de subir al árbol; pero al llegar a la mitad de la altura resbalaron por el tronco y cayeron a tierra, con los pies y las manos despellejados.
Pero no por eso se dieron por vencidos, sino que recogiendo un brazado de leña seca, la arrimaron al pie del árbol y prendieron fuego. En menos tiempo del que se tarda en decirlo empezó a arder el pino. Viendo Pinocho que las llamas iban subiendo cada vez más, y no queriendo terminar asado como un pollo, dio un magnífico salto desde lo alto del árbol, y se lanzó a correr como un gamo por campos y viñedos. Y los ladrones detrás, siempre detrás, sin cansarse nunca.
En tanto empezaba a clarear el día, y de pronto se encontró Pinocho con que estaba el paso cortado por un foso ancho y muy profundo, lleno de agua sucia de color de café con leche. ¿Qué hacer? El muñeco no se detuvo a pensarlo. Tomó carrerilla y gritando: ¡Una, dos, tres!, salvó de un salto el foso, yendo a parar a la otra orilla. También saltaron a su vez los ladrones; pero como no habían calculado bien la distancia, ¡cataplum!, cayerón de patitas en el agua.
Al sentir Pinocho el golpetazo de la caída y las salpicaduras del agua, gritó, burlándose y sin dejar de correr:
—¡Que siente bien el baño, señores ladrones!
Y ya se figuraba que se habrían ahogado en el foso, cuando al volver una vez la cabeza vio que seguían corriendo detrás siempre metidos en los sacos y chorreando agua por todas partes.
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