XXII – TIO CONEJO Y EL CABALLO DE MANO JUAN PIEDRA
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La parranda era –como es costumbre– en casa de la novia, que quedaba como a dos horas de la de tío Conejo, y se iban a casar a las cinco de la mañana después de bailar toda la noche.
Pero tío Conejo no pudo ir al baile porque estaba renco y entonces tuvo que madrugar. Desde que comenzaron las claras del día ya estaba mi señor arriba: estrenó unos zapatos amarillos que chillaban que daban gusto, y se plantó bien con el chaquetón de casimir azul, el sombrero de pedantear que era de pita muy fino; se amarró un pañuelo de seda tinta en el pescuezo, se echó agua de olor, se atusó los bigotes y se fue a la calle.
Me olvidaba decir que al salir cogió un envoltorito que no era otra cosa que una parejita de tazas la cosa más linda que había comprado para hacer con ella un regalo a la novia.
Tío Conejo apenas llegó a tiempo. El que llega, y los novios que salen para la iglesia.
Como todos estaban muy contentos, apenas vieron a tío Conejo le gritaron: «¡Viva tío Conejo!» Y hasta tío Coyote que se había metido sin convidarlo, por quedar bien gritó: «¡Viva tío Conejo!».
Tío Conejo cogió a tía Cotorrita de bracete y dijo: ¡Campo y anchura, que aquí va la hermosura!
Pues para no cansarlos con el cuento, así que volvieron de la iglesia siguió la parranda. Y en una que va y en otra que viene, tío Conejo en son de ayudar a repartir, se cachó una botella de rompope, se la metió por donde mejor pudo e hizo que iba al cerco que sé yo a qué. Pero a lo que iba era a empinarse la botella y allí debajo de una chayotera se la escurrió. Como el rompope estaba bien cargadito de guaro se pegó su buena almadiada y le va cogiendo esa precisa de volverse a casa.
Tía Cotorrita le rogó que no se fuera porque el almuerzo iba a estar muy rico: que había frito, posol y la consabida torta de arroz con leche, una torta de caer sentado comiendo. Pero nada, tío Conejo ya muy tuturuto seguía diciendo adiós a todos, llorando y dándoles abrazos. Entoces tía Cotorrita en persona, de velo y corona, se metió en la cocina y con sus propias patitas hizo un gallo a su padrino, y tío Conejo cogió para su casa.
Como los zapatos nuevos le maltrataban, se le había rematado la renquera que iba que no podía dar paso. En eso vió un caballo paciendo a la orilla del camino y al momentico le echó el ojo. A él que nada le faltaba y con los tragos, se envalentonó, se hizo por el caballo, le echó un bozal con un mecate que traía la bestia, se encaramó como si fuera el dueño y comenzó a jinetearlo de tal manera que el gallito que le diera tía Cotorra fue a dar al polvazal.
En el peso del día pasó por la casita de ña María, y como todavía no se le había bajado la rasca, se metió en la sala de la viejita con todo y bestia a pedirle agua fresca. Por supuesto que a ña María no le gustó la confianza, pero estaba sola y le dió miedo reclamarle viéndolo tan descompuesto. Lo ú nico que se animó a decirle fue:
–¿Idiai tío Conejo, ese caballo no es el de mano Juan Piedra?
–¡Qué mano Juan, ni que nada! –respondió tío Conejo, y salió sacando plumas de su cabalgadura.
Tío Conejo siguió su camino cabecea y cabecea y cuando menos pensaba sintió que le pararon el caballo y lo sornagueron de un brazo.
–Ajá, gran sinverguenza, con que vos eras el que me jineteabas mi bestia, ya te cogí, y ahorita mismo te vas conmigo adonde el político.
Del susto se refrescó tío Conejo y se va encontrando cara a cara con mano Juan Piedra, el propio dueño del caballo, quien lo miraba que se lo quería tragar con los ojos.
Tío Conejo respondió:
–¡Miren allá con las que sale! No sea tagarote porque el que va para el Fondo es este ruco. ¨Ud. está creyendo que yo mantengo piojosos ajenos que andan sueltos y muertos de hambre? ¿No ve que anoche se me metió en el frijolar y se lo comió casi todo? Ai está ña María que no me deja mentir… Otro día tenga cuidado antes de amenazar a la gente honrada.
El otro se quedó medio corrido, y como pensó que le podía ir feo, quiso mejor arreglar el asunto por las buenas:
–No viejo, no sea impetuoso, acuérdese que vale más un mal arreglo que un buen pleito. A ver, ¿cuánto vale el daño?
Tío Conejo se puso a ver para arriba, como pensando.
–Pues por lo menos menos, serán unos siete con seis, y eso guardándole toda clase de consideraciones.
–Rebájame algo –suplicó el otro– Ud. sabe cómo anda el tiempo…
— ¡Sí, rebájame algo…! Si quiere echamos testigos para que se convenza de que le estoy cobrando como persona que no es angurrienta.
Y tío Conejo se mostraba tan gallote que el otro se la tragó y fue sacando un pañuelo con un gran nudo en la punta. Con todo el dolor de su corazón deshizo el nudo y comenzó a contar los siete pesos con seis reales y se los dió a tío Conejo.
Tío Conejo los cogió, y metiéndole los talones al ruco salió disparado y dijo a mano Juan Piedra:
–Como ya estamos ai no masito, présteme al peruanito y ahorita se lo mando con el muchacho. Es para no apearme.
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