CANTO VI: DESCONCIERTO
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Como uno que trata de subir una montaña
y nunca antes ha escalado,
advierte en breve plazo
que esto es cada vez menos sublime,
y decide que es un aburrimiento.
Y, sin embargo. habiendo ya empezado a escalar,
no se atreve a dejar el desafío,
sino que, mientras escala, tiene la mirada puesta
en una pequeña cabaña cerca del cielo
donde espera descansar.
Al que escala hasta que se le agotan los nervios y las fuerzas,
soplando y jadeando.
conforme va ascendiendo
su lenguaje se le hace más violento
y más escasa su respiración.
El que escalando por fin alcanza la cima,
corona el camino ascendente
y entrando, con paso vacilante,
recibe un cachete en la cara
que le hace caer hacia atrás.
Y siente, como en sueños,
cómo resbala suavemente hacia abajo de nuevo,
un peso muerto, de cuesta en cuesta.
hasta que, con un ligero movimiento de cabeza,
cae sobre el llano…
Del mismo modo yo, que había decidido
convencer a un fantasma
y discutir con él, me había parecido
bastante diferente a cualquier discusión humana;
a pesar de eso, no iba a ceder en mi empeño.
Sin embargo, teniendo todavía en mi mente
el fin que esperaba alcanzar,
procuré demostrar que el asunto era cierto
haciendo un axioma
con mis conocimientos.
Al empezar todas las frases
con «por consiguiente» o «porque».
yo ciegamente di vueltas, por cien caminos diferentes,
dentro de un laberinto silogístico.
sin ser consciente de dónde me encontraba.
Dijo él: «¡Esto es sólo palabrería!
¡No fanfarronee más!
¡Ahora sea bueno y descanse!
¡Nunca he visto un tipo
tan ridículo!
Es usted como un hombre al que yo solía ver.
¡Un día se enfadó
en una discusión y el mismo acaloramiento
quemó las zapatillas que llevaba en los pies!»
Yo dije: «¡Qué curioso!»
«Bueno, es curioso. estoy de acuerdo,
y quizá parezca una mentirijilla.
Pero prometo que es tan cierto como posible…
tan cierto como que usted se llama Tibbs», dijo él.
«Yo no me llamo Tibbs», contesté.
«¡No se llama Tibbs!», exclamó… Su voz se
hizo una pizca menos cordial…
«Bueno, no», dije yo, «mi nombre de pila es
Tibbets» «¿Tibbets?» «Sí, el mismo.»
«¡Entonces, tú no eres el tipo!»
Al decir esto dio un tremendo golpe a la mesa
que hizo añicos la mitad de los vasos.
«¿Por qué no me has dicho eso
tres cuartos de hora antes,
príncipe de los asnos?
Andar cuatro millas entre el barro y la lluvia,
pasar la noche entre humos
y ver que todo ha sido en vano…
y que tengo que hacerlo otra vez…
¡Es tan exasperante!»
«¡Cállate!», gritó, cuando yo empecé
a darle alguna excusa.
«¿Cómo se puede tener paciencia con un tipo
que no tiene mayor juicio
que un tonto imbécil?»
«¡Dejarme aquí esperando, en lugar
de decirme inmediatamente
que ésta no era la casa!», dijo.
«Bueno, ya está… ¡ Vete a la cama!
¡No me mires así, burro!»
«¡Qué fácil es echarme
a mí la culpa de ese modo!
¿Por qué no preguntaste mi nombre
en el momento de llegar?»,
contesté yo enfadado.
«Desde luego te preocupa un poco
haber llegado tan lejos…
Pero, ¿quién soy yo para que me eches la culpa de esto?»
«¡Bueno, bueno!», dijo él. «Debo admitir
que no ha sido tan malo.
Realmente me has dado
el mejor vino y la mejor comida…
Perdona mi violencia», dijo.
«Pero accidentes como éste, ya sabes,
enfadan a uno un poquito.
Después de todo ha sido culpa mía, creo…
¡Dame la mano, viejo nabo!»
El nombre que me dio sonó mal en mi mente,
pero como, sin duda, él lo decía cariñosamente,
lo dejé pasar.
«¡Buenas noches, viejo nabo, buenas noches!
Cuando yo me haya ido, quizá
te enviarán otro espíritu, de rango inferior,
que te causará un miedo constante
y estropeará tus sueños más profundos.
Dile que no soportas ni la más leve broma.
Luego, si él mira de reojo y se ríe,
sé habilidoso con un palo
(recuerda que debe ser bastante duro y grueso)
y ¡golpéale los nudillos!
Después descuidadamente di: ‘¡Viejo mapache!’
Quizá no te das cuenta
de que, si no te comportas, pronto
tendrás que cambiar el tono de tu risa …
Y, por eso, ¡ten cuidado!
Ésa es la mejor manera de hacer que un espíritu
deje esos tejemanejes …
Pero, ¡pobre de mí! ¡Se está haciendo de día!
¡Buenas noches, viejo nabo, buenas noches!»
Un saludo y se marchó.
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