Aventuras de Pinocho

Capítulo 30


Pinocho, se escapa con su amigo Espárrago al país de los juguetes.

Pinocho pidió al Hada que le permitiese dar una vuelta por la población, a fin de invitar a sus compañeros, y el Hada le dijo:

—Vete, pues, a invitar a todos tus amigos y compañeros para la merienda de mañana; pero ten cuidado de volver a casa antes de que sea de noche. ¿Has comprendido?

—Te prometo que dentro de una hora estaré de vuelta— replicó el muñeco.

—¡Ten cuidado, Pinocho! Todos los muchachos prometen en seguida, pero raras veces saben cumplir lo ofrecido.

—Pero yo no soy como los demás: cuando yo digo una cosa, la sostengo.

—¡Ya lo veremos! Si no obedeces, tanto peor para ti.

—¿Por qué?

—Porque a los niños desobedientes les pasan muchas desgracias.

—¡Ya lo sé, ya! ¡Bien caro me ha costado ser tan travieso! Pero ya he cambiado y siempre seré bueno— dijo Pinocho.

Sin decir una palabra más saludó el muñeco a la buena Hada que le servía de mamá, y cantando y bailando salió de la casa.

En poco más de una hora quedaron hechas todas las invitaciones. Algunos muchachos aceptaron en seguida y con mucho gusto; otros se hicieron rogar algo; pero cuando supieron que los panecillos con que se iba a tomar el café con leche no sólo estarían untados de manteca por dentro, sino también por fuera, acabaron por decir:

—¡Bueno!; pues iremos también, por complacerte!

Ahora conviene saber que entre los amigos y compañeros de escuela Pinocho había uno a quien quería y distinguía sobre los demás.

Llamábase este amigo Ricardo; pero todos le llamaban por el sobrenombre de Espárrago, a causa de su figura seca, enjuta y delgada como un espárrago triguero.

Espárrago era el muchacho más travieso y revoltoso de toda la escuela; pero Pinocho le quería entrañablemente; así es que no dejo de ir a su casa para invitarle a la merienda. Como no le encontró, volvió segunda vez, y tampoco; volvió una tercera, y también perdió el viaje.

¿Dónde encontrarle? Busca por aquí, busca por allí, por fin le halló escondido en el portal de una casa de labradores.

—¿Qué haces aquí?— le preguntó Pinocho, acercándose.

—Espero a que sea media noche para marcharme.

—¿Adónde?

—Lejos, lejos; muy lejos.

—¡Y yo que he ido a buscarte tres veces a tu casa!

—¿Qué me querías?

—Que mañana te espero a merendar en mi casa.

—Pero, ¿no te digo que me marcho esta noche?

—¿A qué hora?

—Dentro de poco.

—¿Y dónde vas?

—Voy a vivir en un país que es el mejor país del mundo. ¡Una verdadera Jauja!

—¿Y cómo se llama?

—Se llama «El País de los Juguetes» ¿Por qué no te vienes tú también?

—¿Yo? ¡No por cierto!

—Haces mal, Pinocho. Créeme a mí. Si no vienes, te arrepentirás algún día.

¿Donde vas a encontrar un país más sano para nosotros los muchachos? Allí no hay escuelas; allí no hay maestros; allí no hay libros. En aquel bendito país no se estudia nunca. Los jueves no hay escuela, y todas las semanas tienen seis jueves y un domingo. ¡Figúrate que las vacaciones de verano empiezan el primer día de Enero y terminan el último de Diciembre! ¡Ese es un país como a mí me gusta! ¡Así debieran ser todos los países civilizados!

—Pero, entonces, ¿cómo se pasan los días en «El País de los Juguetes»?

—Pues jugando y divirtiéndose desde la mañana hasta la noche. Después se va uno a dormir, y a la mañana siguiente vuelta a empezar.

—¿Qué te parece?

—¡Hum!— hizo Pinocho moviendo la cabeza, como si quisiera decir: ¡Esa vida también la haría yo con mucho gusto!

—¡Conque, vamos, decídete! ¿Quieres venir conmigo, si, o no?

—¡No, no y no! He prometido a mi mamá ser bueno, y quiero cumplir mi palabra. Ya se está poniendo el Sol y tengo que irme. ¡Conque adiós, y buen viaje!

—¿Adónde vas con tanta prisa?

—A casa. Mi mama me ha dicho que vuelva antes de anochecer.

—¡Espera dos minutos más!

—¡Se va a hacer tarde!

—¡Tan sólo dos minutos!

—¿Y si el Hada me regaña?

—¡Déjala que regañe! Ya se cansará, y acabará por callarse— dijo aquel bribonzuelo de Espárrago.

—Y qué, ¿te vas solo o acompañado?

—¡Solo! ¡Pues si vamos a ser más de cien muchachos!

—¿Hacéis el viaje a pie?

—No. Dentro de poco pasará por aquí el coche que ha de llevarnos a ese delicioso país.

—¡Daría cualquier cosa por que pasara ahora ese coche!

—¿Para qué?

—Para veros marchar a todos juntos.

—Pues quédate un poco más, y podrás verlo.

—¡No, no! ¡Me voy a mi casa!

—¡Espera otros dos minutos!

—He perdido mucho tiempo. El Hada estará ya con cuidado.

—¡Dichosa Hada! ¿Es que tiene miedo de que te coman los murciélagos?

—Pero, dime la verdad— preguntó Pinocho, que parecía estar pensativo— ¿estás bien seguro de que en aquel país no hay escuelas?

—¡Ni sombra de ellas!

—¿Ni maestros tampoco?

—¡Mucho menos!

—¿Y no hay obligación de estudiar?

—¡Ni por asomo!

—¡Qué país tan hermoso!— dijo Pinocho, haciéndosele la boca agua—. ¡Qué país tan hermoso! Yo no he estado nunca, pero me lo figuro.

—¿Por qué no te vienes?

—Es inútil que quieras convencerme. He prometido a mi mamá ser un muchacho juicioso, y no quiero faltar a mi palabra.

—Pues entonces, adiós, y muchos recuerdos a todos los amigos y compañeros de escuela.

—Adiós, Espárrago; que tengas buen viaje; diviértete mucho, y que te acuerdes alguna vez de los amigos.

Dicho esto se separó el muñeco y anduvo dos pasos, como para marcharse; pero se paró de pronto, y volviéndose hacia su amigo le preguntó.

—Pero, ¿estas bien seguro de que en aquel país todas las semanas tienen seis jueves y un domingo?

—¡Segurísimo!

—¿Y sabes también de cierto que las vacaciones de verano empiezan el primer día de Enero y terminan el último de Diciembre?

—¡Claro que lo sé!

—¡Qué hermoso país!— repitió Pinocho como para consolarse.

Por último, hizo un esfuerzo y dijo apresuradamente:

—¡Vaya, adiós, y buen viaje!

—¡Adiós!

—¿Cuándo os vais?

—Dentro de poco.

—¡Qué lástima! ¡Si sólo faltase una hora, me esperaba para veros marchar!

—¿Y el Hada?

—De todos modos, ya se ha hecho tarde. Lo mismo da que llegue una hora antes que una hora después.

—¡Pobre Pinocho! ¡Y si el Hada te regaña!

—¡Psch…! Después de todo acabará por cansarse y se callará.

Mientras tanto se había hecho completamente de noche. A poco rato vieron moverse a lo lejos una lucecita, y oyeron ruido de cascabeles y el sonido de una bocina; pero tan débil, que parecía un zumbido.

—¡Aquí está!— gritó Espárrago, poniéndose de pie.

—¿Qué es?— preguntó Pinocho en voz baja.

—El coche que viene por mí. ¡Te vienes por fin, o no!

—Pero, ¿es de verdad, de verdad— preguntó el muñeco—, que en aquel país no tienen que estudiar los niños?

—¡Nunca, nunca, nunca!

—¡Qué hermoso país!— repitió Pinocho—, ¡Que hermoso país!

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