NUDO III: MAD MATHESIS
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Esperé al tren
«Bueno, supongo que me llaman así porque estoy un poco loca», contestó de buen humor a la pregunta que tan cuidadosamente le había hecho Clara y que se refería a por qué su apodo era tan raro. «Sabes, yo nunca hago lo que se espera que las personas cuerdas hagan actualmente. Nunca uso trenes largos (hablando de trenes, ésa es la estación metropolitana de Charing Cross … , tengo algo que decirte sobre ella), nunca juego al tenis sobre hierba, nunca hago tortillas. ¡Ni siquiera sé cómo colocar un hueso roto! ¡Tienes ante ti a una ignorante!»
Clara era su sobrina y tenía exactamente veinte años menos que ella. De hecho, todavía iba al colegio de segunda enseñanza, una institución de la que Mad Mathesis hablaba con una aversión poco disimulada. «¡Dejad que las mujeres sean mansas y humildes!», decía. «¡No quiero ninguna de tus escuelas para mí!» Pero ahora estaban de vacaciones. Clara era su invitada y Mad Mathesis le estaba enseñando las vistas de esa octava maravilla … Londres.
«¡La estación metropolitana de Charing Cross!», continuó diciendo adelantando su mano hacia la entrada como si estuviese presentando algún amigo a su sobrina. «Las ampliaciones hacia Bayswater y de Birmingham ya están terminadas y los trenes dan vueltas y vueltas continuamente … Rodean los límites de Gales, acercándose sólo hasta York y así bordean la costa este de vuelta a Londres. La forma en que circulan los trenes es muy peculiar. Los de que van hacia el Oeste dan la vuelta en dos horas; los que van hacia el Este, en tres; pero todos se las arreglan para que partan de aquí puntualmente cada cuarto de hora: dos trenes, uno en cada dirección.»
«Se marchan para volver a encontrarse de nuevo», dijo Clara con los ojos inundados en lágrimas por ese pensamiento tan romántico.
«¡No hay por qué llorar por eso!», observó su tía severamente. «No se encuentran en los mismos raíles, ya sabes. ¡Hablando de encuentros, se me ocurre una idea!», añadió cambiando de tema tan bruscamente como siempre. «Vamos a andar en sentidos opuestos a ver quién se encuentra más trenes. No necesitamos carabina … , peluquería de señoras, ya sabes. Puedes ir hacia donde quieras y ¡haremos una apuesta!»
«Yo no apuesto nunca», dijo Clara muy seria. «Nuestra excelente preceptora a menudo nos ha advertido … »
«¡No serías peor si lo hicieras!», internunpió Mad Mathesis. «¡De hecho estoy segura de que serías mucho mejor.
«Nuestra preceptora tampoco aprueba los juegos de palabras», dijo Clara. «Pero si quieres, haremos una competición. Deja que elija mi tren», añadió tras calcular brevemente en su mente, «y seguro que encuentro exactamente la mitad de trenes que tú.»
«No si cuentas sin hacer trampas», internunpió Mad Mathesis sin rodeos. «Recuerda que sólo debemos contar los trenes que nos encontremos por el camino. No debes contar los trenes que partan de donde tú partes, ni los que lleguen a donde tú llegas.»
«Eso sólo será una diferencia de un tren», dijo Clara, mientras se volvían para entrar en la estación. «Pero yo nunca he viajado sola antes. No habrá nadie que me ayude a apearme. Sin embargo, no me importa. Vamos a hacer esa competición.»
Un adrajoso chiquillo oyó su observación y se acercó corriendo a ella. «¡Cómpreme un encendedor, señorita!», suplicó, tirándole del chal para atraer su atención. Clara se detuvo y le dijo:
«Yo no fumo», dijo en un sumiso tono de disculpa. «Nuestra excelente preceptora … » Pero Mad Mathesis, impaciente, la apremió, y el chiquillo se quedó allí, mirándola con ojos asombrados.
Las dos señoritas compraron sus billetes y se acercaron despacio hasta el andén central, Mad Mathesis parloteando como siempre … Clara, silenciosa, pensando ansiosamente en el cálculo sobre el que había puesto sus esperanzas de ganar la competición.
«¡Ten cuidado a donde vas, cariño!», gritó su tía, detenién-
dola justo a tiempo. «¡Un paso más y te habrías caído en ese balde de agua fría!»
«Ya, ya», dijo Clara como si estuviese sofiando.»La fría palidez, el frío y la sofiadora …»
«¡Súbanse en las rampas!», gritó un mozo.
«¿Para qué sirven?», susurró Clara un poco asustada. «Simplemente para ayudarnos a subir a los trenes», contestó la mayor con la indiferencia propia de alguien acostumbrado a ese proceso. «Muy pocas personas son capaces de subirse a un vagón sin ayuda en menos de tres segundos, y los trenes sólo se detienen durante uno.» En ese momento, se oyó un silbido Y dos trenes entraron en la estación. Hubo una breve pausa y en seguida se marcharon, pero durante ese breve intervalo cientos de pasajeros se habían apresurado a entrar en ellos, dirigiéndose volando a sus sitios con la exactitud de una bala Minie. Al mismo tiempo, el mismo número de personas se había bajado de los trenes a los andenes laterales.
Al cabo de tres horas, las dos amigas volvieron a encontrarse en el andén de Charing Cross y, con gran impaciencia, compararon sus notas. Luego, Clara se volvió con un suspiro. Para los impulsivos corazones de los jóvenes, la decepción es siempre un trago amargo. Mad Mathesis la siguió, sintiendo gran comprensión hacia ella.
«¡Prueba otra vez, carifio!», dijo alegremente. «Vamos a cambiar el proceso. Empezaremos como antes, pero no empezaremos a contar hasta que nuestros trenes se encuentren. Cuando nos veamos, diremos ¡primero! y desde entonces seguiremos contando hasta que llegemos aquí otra vez.»
Clara se animó. «Yo ganaré esta vez», exclamó impaciente, «si puedo elegir el tren.»
Otro silbido de las locomotoras, otra subida por las rampas, otra avalancha viviente precipitándose a los trenes según pasaban y de nuevo los viajeros se habían marchado.
Las dos miraban impacientes por la ventana de sus respectivos vagones, sosteniendo un pafiuelo como sefial para la otra. Una ráfaga de viento y un rugido. Los dos trenes se cruzaron en un túnel y las dos viajeras se apoyaron en sus respectivos nncones con un suspiro … o, mejor dicho, con dos suspiros … de alivio. «‘Primero!», murmuró para sí Clara. «¡Primero! Esa palabra trae buena suerte. ¡Esta vez, sea como sea, a victona sera rrua:
Pero, ¿lo fue?
Las soluciones a los nudos (acertijos) se pueden leer en la publicación de EDEL o puede ver el apéndice (en inglés).
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