Un Cuento Enredado

NUDO VI: SU RESPLANDOR


Algo de una pieza que tengo,
sin esa cosa no soy nada,
¿sabes qué es?
Bambú

Nada mas pisar tierra, fueron conducidos al palacio. Más o menos a mitad del camino fueron recibidos por el gobernador, que les dio la bienvenida en inglés …, un gran alivio para nuestros viajeros, cuyo guía sólo sabía hablar kgovjnian.

«¡No me gusta nada cómo nos sonríen cuando pasamos!», dijo el viejo a su hijo. «¿Y por qué dicen bambú tan a menudo?»

«Es por una costumbre local», contestó el gobernador, que había escuchado la pregunta. «Las personas que molestan de una u otra manera a Su Resplandor, son normalmente azotadas con cañas.»

El viejo se estremeció. «¡Una costumbre local bastante censurable!», observó con gran énfasis. «¡Ojalá nunca hubiésemos bajado a tierra! Norman, ¿te diste cuenta de cómo abría ese negro su enorme boca? ¡Creo firmemente que le encantaría comemos!»

Norman se acercó al gobernador, que iba andando por el otro lado. «¿Se comen aquí a menudo a los extranjeros distinguidos?», dijo en el tono más indiferente que pudo.

«¡No muy a menudo; no, nunca!», fue la respuesta. «No están muy buenos. Nosotros comemos cerdos, porque están gordos. Este viejo está delgado.»

«¡Me alegro de estar así!», murmuró el viajero más viejo.

«Sin duda nos azotarán. Es un alivio saber que me van a azotar y no a comer. ¡Querido hijo, mira los pavos reales!»

Pasaban ahora entre dos líneas continuas de estos preciosos pájaros, sujetos al cuello por un collar dorado y una cadena, sostenida por un esclavo negro, que permanecía bien atrás, como para no interrumpir la vista de las relucientes colas con su red de susurrantes plumas y sus cientos de ojos.

El gobernador sonrió con orgullo. «En su honor», dijo, «Su Resplandor ha ordenado que traigan diez mil pavos adicionales. Ella, sin duda, os condecorará, antes de iros, con la Estrella y las Plumas.»

«¡Seguro que la estrella es para estrellarnos!», balbuceó uno de sus interlocutores.

«¡Vamos, vamos! ¡No te desanimes!», dijo el otro. «Para mí todo esto tiene su encanto.»

«Tú eres joven, Norman», suspiró su padre. «Los jóvenes sois muy despreocupados. Para mí, esto no resulta tan encantador.»

«El viejo está triste», observó el gobernador con inquietud. «¿Seguro que ha cometido algún delito grave?»

[Un Cuento Enredado]

«¡Pero si no es así!», exclamó rápidamente el pobre viejo. «¡Díselo, Norman!»

«Todavía no ha hecho nada», explicó Norman amablemente. Y el gobernador repitió satisfecho: «Todavía no.»

«¡Su país es maravilloso!», añadió el gobernador, tras una pausa. qui tengo una carta de un amigo mío, un comerciante, de Londres. Él y su hermano se marcharon allí hace un año con mil libras. ¡El día de Año Nuevo tenían sesenta mil libras entre los dos!»

«¿Cómo lo hicieron?», preguntó Norman impacientemente. Incluso el viejo parecía ansioso por saberlo.

El gobernador les entregó la carta abierta. «Cualquiera puede hacerlo, si sabe cómo», así dice este oscuro documento. «No pedimos nada prestado ni robamos nada. Empezamos el año con sólo mil libras y la pasada Nochevieja teníamos sesenta mil libras entre los dos … ¡Sesenta mil soberanos de oro!»

Norman se quedó serio y pensativo al devolverle la carta. Su padre se aventuró a preguntar: «¿Fue jugando?»

«Un kgovjnian nunca juega», dijo el gobernador gravemente, mientras les hacía cruzar las puertas del palacio. Ellos le siguieron en silencio por un largo pasillo y pronto se encontraron en una alta sala, revestida de arriba a abajo con plumas de pavo real. En el medio, había un montón de cojines color carmesí, que casi ocultaba la figura de Su Resplandor …, una rellenita damisela vestida con un traje de noche de satén verde con estrellas plateadas. Su pálido rostro se iluminó por un momento con media sonrisa cuando los viajeros se inclinaron ante ella pero pronto volvió a tener la expresión de una muñeca de cera’ mientras lánguidamente murmuraba una o dos palabras en dialecto kgovjnian.

El gobernador hizo de intérprete. «Su Resplandor les da la bienvenida. Ella se ha fijado en la impenetrable placidez del más viejo de vosotros así como en la imperceptible agudeza del más joven.»

En ese momento, la pequeña potentada dio unas palmadas e mstantáneamente apareció un tropel de esclavos, llevando bandejas con café y caramelos para ofrecérselos a los invitados, que, a una seña del gobernador, se habían sentado en la alfombra.

«¡Confites!», susurró el viejo. «¡Parece que estamos en la confitería! ¡Norman, pide un bollo de un penique!»

«¡No hables tan alto!», murmuró su hijo. «¡Di algo elogioso!», porque el gobernador, evidentemente, esperaba un discurso.

«Le estamos muy agradecidos a Su Excelsa Potentada», comenzó tímidamente el viejo. «Disfrutamos de la luz de su sonrisa, que … »

«¡Las palabras de los viejos son débiles!», interrumpió el gobernador muy enfadado. «¡Deja que hable el joven!» «¡Dígale», exclamó Norman, en un salvaje estallido de elocuencia, «que, como dos saltamontes en un volcán, estamos sobrecogidos ante la presencia de Su Brillante Vehemencia!»

«Eso está bien», dijo el gobernador y lo tradujo al kgovjnian.

«Voy a deciros ahora», continuó, «lo que Su Resplandor quiere de vosotros antes de que os marchéis. La competición anual para el puesto de fabricante de bufandas imperial acaba de terminar. Vosotros sois los jueces. Tendréis que tener en cuenta el ritmo de trabajo, la ligereza de las bufandas y lo que abrigan. Normalmente los competidores sólo difieren en un aspecto. Por ejemplo, el año pasado, Fifi y Gogo hicieron el mismo número de bufandas durante la semana de la competición, y todas eran igualmente ligeras, pero las de Fifi abrigaban el doble que las de Gogo y por eso a ella la declararon dos veces mejor. Pero este año, ¡ay de mí!, ¿quién puede juzgarlo? Hay tres competidores y ¡son diferentes en todos los aspectos! Su Resplandor me pidió que os dijera que, mientras resolvéis esta cuestión, seréis alojados gratis en la mejor mazmorra y se os dará el mejor pan y la mejor agua.»

El viejo gruñó. «¡Todo está perdido!», exclamó furioso. Pero Norman le dijo que no. Él había sacado su libro de notas y esta- ; ba tranquilamente anotando todos los detalles.,i «Son tres», continuó el gobernador: «Lolo, Mimi y Zuzu.~¡ :~IO hace cinco bufandas, mientras Mimi hace dos, pero Zuzum hace cuatro, mientras Lolo hace tres! Además, el trabajo de Zuzu es tan bueno que cinco de sus bufandas pesan menos que una de Lolo. Las de Mimi son todavía más ligeras: cinco de sus bufandas pesan igual que tres de Zuzu. y en cuanto a lo que abrigan, ¡una de Mimi abriga igual que cuatro de Zuzu, mientras que una de Lolo es tan caliente como tres de Mimi!»

En ese instante la pequeña dama aplaudió de nuevo.

«¡Es nuestra señal para despedirnos!», dijo el gobernador apresuradamente. «Decidle adiós a Su Resplandor … y marchaos andando hacia atrás.»

El turista mayor sólo pudo arreglárselas con la última parte.

Norman dijo simplemente: «¡Decidle a Su Resplandor que estamos paralizados por el espectáculo de Su Sereno Brillo y que le damos un lacónico adiós a su Condensada Blancura!»

«Su Resplandor está contenta», dijo el gobernador después de traducir todo esto. «¡OS ha lanzado una mirada con sus imperiales ojos y está segura de que la habéis cogido!»

«¡Os garantizo que así es!», murmuró para sí distraído el viejo.

Una vez más se inclinaron y siguieron al gobernador por una escalera de caracol hasta la mazmorra imperial, que, según descubrieron, estaba recubierta de mármol de colores, iluminada desde el techo y amueblada espléndidamente, aunque no con gran lujo, con un banco de malaquita pulida. «Confío en que no demoraréis la decisión», dijo el gobernador, haciéndoles pasar con gran ceremonia. «¡Los infelices que han demorado el cumplimiento de las órdenes de Su Resplandor me han causado muchas molestias … , muchas y graves! Y en esta ocasión, ella está decidida. Dice que debe hacerse todo y que se va a hacer. ¡Ha ordenado que busquen diez mil bambúes más!» Con estas palabras les dejó; le oyeron cerrar la puerta con llave y con rejas desde fuera.

«¡Te advertí cómo terminaría todo!», gruñó el viajero mayor, retorciéndose las manos y olvidando, en su angustia, que él había sido quien había propuesto la expedición y que no había previsto nada semejante. «¡Oh, ojalá no nos encontrásemos implicados en este maldito asunto!»

«¡Ánimo!», dijo el joven alegremente. «Haec olim meminisse juvabit! ¡Al final encontraremos la gloria!»

«¡Gloria sin la L!», fue lo único que el viejo pudo decir, mientras se movía de un lado para otro en el banco de malaquita. «¡Gloria sin la L!»

Un Cuento Enredado

Las soluciones a los nudos (acertijos) se pueden leer en la publicación de EDEL o puede ver el apéndice (en inglés).

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