Cuentos de Maravilla

Tío Conejo y Tío Tigre


Tío Conejo y Tío Tigre

Un día el conejito blanco se encontró con que no tenía nada qué comer. Todas sus provisiones se habían agotado; lo que es peor, no había done reponerlas.

Era un tiempo de mucha escasez, de mucha escasez.

Pasaron varios días. ¿Qué hambre tenía el conejito blanco! Desesperado, salió a la carretera y se arrojó en medio de ella, con las patitas hacia el cielo y las orejitas caídas, como si estuviera muerto.

Pasó un campesino que regresaba del pueblo con las arguenas llenas de provisiones.

—¡Un conejito! —se dijo— y parece que está recién muerto! Buen estofado para la noche. Y, bajándose del caballo, cogió al conejito y lo metió en la árguena.

No bien el conejito se sintió dentro, se dejó resbalar hasta el fondo, hizo con sus dientes una rotura en la tela y empezó a arrojar al camino las provisiones del campesino: jamones, tortillas, quesos. Después se arrojó él, por el mismo agujero, recogió todo y se fue a su cueva, en la selva.

Por la noche, una noche de luna clara como un espejo, sacó de su cueva un gran queso y se puso a comer.

A esa misma hora salió a cazar el Tigre, y guiado por su olfato llegó hasta donde el conejito.-

—¡Qué buen bocado!—pensó—. Conejo de entrada y queso de postre! Pero queriendo obrar como persona educada saludó con más o memos amabilidad. —¡Buenas noches, tío Conejo! —Buenas noches, tío Tigre—contestó el conejito más muerto que vivo.

—Veo que se alimenta bien, tío Conejo —dijo el Tigre—. ¿De dónde has sacado tan rico alimento, en este tiempo de tanta escasez?

—¡Ah!, tío Tigre,—contestó el Conejo, este es apenas un quesito. Donde me lo regalaron hay otros enormes, pero yo no pude traer sino este chiquto, y aun a duras penas.

—¿Y dónde hacen esos regalos?—dijo el Tigre, saboreándose anticipadamente—. ¿Se puede saber?

—¡Cómo no, tío Tigre! ¡Ahora mismo lo llevo yo al sitio en que los dan!

Y se echaron a caminar los dos: tío Tigre y tío Conejo. Por el camino el Tigre pensaba: «Apenas me den una buena cantidad de grandes quesos, vuelvo y me como a este Conejo y su queso.»

Así llegaron al borde de una profunda laguna.

Tío Conejo se asomó y dijo:

—¡Mire, tío Tigre! ¿Ve aquel inmenso queso? ¡Pues como ese, hay montones!

El Tigre se asomó y divisó en el fondo un queso enorme, redondo. Se relamió de gusto.

—¿Y cómo se sacan, tío Conejo?

—Muy fácil—respondió éste—. Basta con tirarse de cabeza al agua. Abajo hay un Rey muy cariñoso y bueno que regala los quesos. Lo que sí es que el camino es larguito. Para llegar, más luego, yo me amarré una gran piedra al cuello. Después, para subir, se desamarra la piedra, y listo!

El Tigre vaciló un poco. ¡Pero el queso que se divisaba en el fondo era tan grande y apetitoso!

Se decidió:

-Bien, tío Cornejo. Amárrame una piedra grande, que quiero llegar lo más luego posible.

No se inquiete, tío Tigre—repuso el Conejo. Va a llegar en un momento. Y le amarró al cuello la piedra más grande que encontró.

Luego el Tigre, tomando impulso, se arrojó de cabeza a la laguna.

—¡Buen viaje, tío Tigre!—gritó el Conejo. ¡Qué le aprovechen los quesos, y. escoja los más grandes!

Luego, alegremente, se volvió a su cueva a continuar su comida.

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