Cuentos de Maravilla

El Gato y el Loro


El gato y el loro

Había una vez un gato y un loro. Convinieron en invitarse mutuamente a comer, una vez cada uno. Al gato le tocaba primero hacer la invitación, y lo que sirvió fue un litro de leche, un pedacito de pescado y una galleta. El loro era muy bien educado para quejarse por la comida, pero la verdad es que no estaba contento.

Cuando llegó su turno, preparó una comida muy buena para invitar al gato: asó un lomo de ternera, recogió una cesta de frutas, hizo una tetera de té, y mejor aún, horneó una gran cantidad de pastelitos, unos pastelitos redondos, morenos y tostados. ¡Por todos eran quinientos! Figuraos que llenó de pasteles una canasta de guardar ropa limpia. Y sirvió al gato cuatrocientos noventa y ocho pastelillos y no dejó para sí más que dos.

Bien, el gato comió el asado y bebió el té; chupó bien las frutas y la emprendió contra los pastelillos… y en un decir amén se se los comió todos, ¡cuatrocientos noventa y ocho!

Cuando terminó, se volvió hacia el loro y le dijo:

—Tengo hambre. ¿No tienes algo más que darme de comer?

—Tengo mis dos pastelillos—contestó el loro, tan admirado de verlo comer, que no había pensado en tocarlos.

—Si quieres los pastelillos…

El gato se los comió; luego lamiéndose el hocico, dijo:

—Comienzo a sentir apetito. ¿No tienes algo más que darme?

—Muy bien—respondió el loro que principiaba a enfadarse, —no veo nada más, ¡a menos que me quieras comer a mí también!

Apenas hubo dicho esto el loro, cuando el gato se lamió el hocico, lo abrió y pas, pas, traga tragando, el loro pasó al estómago del gato.

Una viejita que le había servido la mesa, y a quien chocara la conducta del gato, se puso a decir:

—;Gato!, ¡gato! ¿cómo es posible que hayas comido a tu amigo el loro?

—¡Loro! ¡Muv bien!, replicó el gato. ¿Qué es para mí un loro? Me dan ganas de comerte a ti también, y pas… pas, traga tragando, la viejita pasó al estómago del gato.

Luego se fue a la calle, muy echado para atrás, lleno de orgullo, aunque no sabía por qué. Encontró a un hombre que conducía a un asno. El hombre le dijo:

—Hazte a un lado, minino, voy precisado y mi asno puede pasarte por encima.

—¡Asno! ¡Muy bien!—dijo el gato.

—¿Qué es para mí un asno? Me he comido quinientos pastelillos; me he comido un loro; me he comido a una vieja; ¿por qué no me voy a comer también a un hombre y su burro? Y pas… pas, traga, tragando, el buen hombre y su asno pasaron al estómago del gato.

Siguió su camino muy echado para atrás. Más allá encontró la boda del rey. El rey iba adelante, con su manto nuevo, y con su esposa de la mano: tras él seguían los soldados; luego una larga fila de elefantes alineados de dos en dos. Como el rey acababa de casarse, estaba de excelente humor y dijo al gato con muy buen modo:

—Hazte a un lado, minino; mis elefantes pueden despanzurrarte.

—¡Despanzurrarme! ¡Muy bien!—dijo el gato echándose todavía más para atrás. ¡Jo! ;Jo! Me he comidió quinientos pastelillos; me he comido a mi amigo el loro; me he comido a una vieja; me he comido a un buen hombre y su asno.. ¿Por qué no me voy a comer a un miserable rey y a todo su cortejo?

Y pas… pas, traga tragando, el rey y la reina, todos los soldados y todos los elefantes pasaron al estómago del gato.

Luego siguió su camino, no muy ligero, porque deveras que estaba lleno por esta vez. Un poco más lejos encontró dos cangrejos que marchaban de medio lado, tan ligero como les era posible.

Pasa al otro lado minino—, le gritaron.

—¡Jo! ¡Jo! ¡Jo!— rio el gato con unas carcajadas terribles.

—Me he comido qunientos pastelillos; me he comido a mi amigo el loro; me he comido a una vieja; me he comido a un buen hombre con todo y su ano; me he comido al rey, a la reina, a los soldados y a los elefantes. También os voy a comer. Y pas, pas, traga tragando, los dos cangrejos pasaron al estómago del gato.

Cuando los cangrejos llegaron al estómago se pusieron a mirar en torno suyo. Estaba muy oscuro, pero al cabo de un momento, pudieron ver al pobre rey sentado en el suelo, con la reina desmayada en los brazos. En torno suyo los soldados majándose los pies unos a otros y los elefantes que en vano trataban de alinearse de dos en dos, pues no había campo, En un rinconcito estaba la viejecita y a su lado el buen hombre con su asno. En otro rincón estaban los quinientos pastelillos, unos encima de otros, y en el cucurucho, posado sobre el último pastel, el loro con las plumas erizadas.

—Hermano, dijo uno de los cangrejos, pongámonos a la obra, y ss, ss, ss, comenzaron a abrir con sus pinzas un huequito por un lado del gato: y lo fueron haciendo más grande y más grande, ss; ss, ss, hasta que por fin todos pudieron pasar. Salieron, y detrás siguieron el rey con la reina en los brazos, luego los soldados, luego los elefantes de dos en dos; luego la viejita, el buen hombre con su asno, y por último, el loro, con un pastelillo en cada pata, ya sabéis, él no quería más de dos.

Y el gato tuvo que quedarse todo el día zurciéndose el agujero para aprender a no ser tan glotón.

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