La Vaquita Parda
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De este segundo matrimonio tuvo tres hijas; la mayor tenía un sólo ojo, la segunda nació con dos ojos, y la tercera; tenía tres ojos.
La madrastra no quería bien a su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo y sucio, le dio una corteza de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.
La zarevna condujo a la vaquita a una pradera verde, entró en la vaca por una oreja y salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada. Limpia y arreglada como una zarevna, cuidó todo el día de la vaquita, y cuando el sol se puso, María se quitó su vestido de gala, vistió sm traje andrajoso, volvió a casa con la vaquita y guardó el pedazo de pan duro en el cajón de la mesa.
«¿Qué es lo que habrá comido?”, pensó la madrastra. Al día siguiente Yaguichno dio a su hijastra la misma corteza de pan duro y la envió a apacentar la vaquita; pero hizo que la acompañase la hija mayor, la que tenía un sólo ojo, a la que antes de marcharse dijo:
—Observa, hija mía, qué es lo que come y bebe María, la cual vuelve saciada sin haber probado el pan que le doy.
Llegadas las muchachas; a la pradera, María dijo a su hermana:
—Ven, hermanita; siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.
Y cuando apoyó la cabeza en sus rodillas, peinándola dijo:
—No mires, hermanita; cierra tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme querida.
Cuando la hermana se durmió, María se levantó, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja, salió por la otra, comida, bebida y bien vestida, y todo el día engalanada como una zarevna cuidó de la vaquita.
Cuando empezó a oscurecer, María se cambió de traje y despertó a su hermana dicíéndole:
—Levántate, hermanita; levántate querida; es hora de volver a casa.
«¡Qué lástima! — pensó entre sí la muchacha—. He dormido todo el día, no he visto lo que ha comido y bebido María y ahora no sabré qué decir a mí madre cuando me pregunte.»
Apenas llegaron a casa, Yaguichno preguntó a su hija:
—¿Qué es lo que ha comido y bebido María?
—¡Yo no he visto nada, madre! — respondió la hija.
La madre la riñó, y a la mañana siguiente envió a su segunda hija, la que tenía dos ojos.
—Ve, hija mía, y mira bien qué es lo que come y bebe María.
Cuando llegaron al campo María dijo a su hermana:
—Ven aquí; siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a hacer la trenza.
Y cuando apoyó su cabeza María dijo: —Cierra, hermanita, un ojo; cierra el otro también. Duerme, hermana, duerme, querida mía.
La hermana cerró los ojos y se: durmió hasta la noche y, por consiguiente, no pudo ver nada.
El tercer día, Yaguichno envió a su tercera hija, la que tenía tres ojos, díciéndole:
Observa bien qué es lo que come y bebe María Zarevna y cuéntamelo todo.
Llegaron las dos a la pradera para apacentar la vaquita parda, y María dijo a su hermana:
¿Quieres que te peine y te haga las trenzas?
—Házmelas, hermanita.
—Pues siéntate a mi lado y descansa tu cabeza sobre mis rodillas.
Cuando tomó esta postura, María Zarevna pronunció las mismas palabras de siempre:
—Cierra, hermanita, un ojo; cierra el otro también. Duerme, hermana, duerme, querida mía.
Pero olvidó por completo el tercer ojo; así que dos ojos dormían, pero el tercero observaba todo lo que María Zarevna hacía. Esta se arrimó a la vaquita, entró en ella por una oreja y salió por la otra, comida, bebida y bien vestida.
Apenas se escondió el sol, María se cambió de vestido y despertó a su hermana.
—Levántate, hermanita, que ya es hora de volver a casa.
Llegaron a casa y María escondió su corteza seca de pan en el cajón de la mesa.
—¿Qué es lo que ha comido María? — preguntó a su hija la madrastra.
La hija contó a su madre todo lo que había visto; entonces ésta llamó al cocinero v le dio orden de matar inmediatamente la vaquita parda. El cocinero obedeció y María Zarevna le suplicó:
—Abuelito. dame, por lo menos, el rabo de la vaquita.
El viejo se lo dio; ella lo plantó en la tierra, y en poco tiempo creció un arbolito con unos frutos muy dulces, en el que posaban muchos pájaros que cantaban canciones muy bonitas.
Un zarevich llamado Iván, oyendo hablar de las virtudes y belleza de la zarevna María, se presentó un día a la madrastra, y poniendo un gran plato sobre la mesa, le dijo:
—La muchacha que me llene de fruta este plato se casará conmigo.
La madrastra envió a su hija mayor a coger la fruta: pero los pájaros no la dejaban acercarse al árbol y por poco le quitan el único ojo que tenía. Envió a las otras dos hijas; pero éstas tampoco pudieron coger un solo fruto.
Finalmente, fue María Zarevna, y apenas se acercó con el plato al árbol y empezó a coger frutos, los pájaros se pusieron ayudarla, y mientras ella cogía uno, los pajaritos le tiraban al plato dos o tres.
En un momento estuvo el plato lleno. María Zarevna puso entonces el plato obre la mesa e hizo una reverencia al zarevich.
Prepararon la boda, se casaron, tuvieron grandes fiestas y vivieron muchos años muy felices y contentos.
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